o como

 «Showmatch» construye la sociedad argentina mediante la institución de representaciones sociales

 

«La institución del mundo común es necesariamente en cada momento institución de lo que es y no es,

de lo que vale y no vale, así como de lo que es factible o lo que no lo es,

tanto «fuera» de la sociedad (…) como «dentro» de ella.»

 

 

Cornelius Castoriadis, «La Institución imaginaria de la sociedad»

 

 

Los reflectores se encienden. El público en el estudio aplaude y vitorea. Los escenarios ascienden y giran. Las bailarinas atacan con entusiasmo su rutina de movimientos vigorosos y su coro de teatro de revistas mezclado con cheer leaders. El maestro de ceremonias, el conductor, el showman del showmatch, entra en escena ataviado con traje de luces y luciendo cirugía y peinado rejuvenecedores.

A lo largo de horas de programa, entremezclado con demoledoras tandas publicitarias (que aumentan la angustia del consumo fetiche), miles o millones de personas en Argentina percibirán múltiples representaciones que van más allá del entretenimiento o de la emoción que pudiera producir una obra teatral, musical o cinematográfica.

Recurriendo a la terminología de Castoriadis, decimos que el público asistirá a múltiples escenificaciones de todo aquello que «es» su sociedad actual, sus valores, sus deseos, sus problemas, sus líderes o sus políticas, sus conflictos, sus necesidades, sus trabajos. Mediante técnicas y lenguajes, tendrán «presencia» el no ser, lo falso, lo ficticio, lo posible, pero no efectivo: «Mediante la sinergia de todos estos esquemas de significación es como se constituye la «realidad» para una sociedad dada» (Castoriadis, C. 1975:573).

El núcleo es una competición, cuyo premio permite cumplir un sueño. Los méritos y errores son juzgados por personajes paródicos, que como espejo invertido, permiten que el espectador haga suyos sus juicios, sin el rechazo que la autoridad o el saber tradicional producen en el pueblo.

Y así, a través de la parodia, la paradoja resulta que la burla, la claramente ficticio, el trazo grueso de la imitación y la risa exagerada del conductor, el aplauso de la claque, construyen, instituyen una significación.

Se significa el político a través de su grosero imitador, se significa la lucha por el éxito a través del esfuerzo físico, de la técnica de baile, de la pasión erótica, de las caídas y de la recuperación, del cuento rosa de la pareja enamorada que forma familia y se significa el valor mediante la ofrenda al «sueño» que remite a una finalidad social o popular minimalista.

El entorno es claramente irreal, pero en el público, en sus comentaristas y críticos, «la significación real se deja aprehender, retrospectivamente, como condición no real, pero eminentemente efectiva (wirklich), puesto que efectuante (wirkend) (idem ant.1975:563).

Vale decir, que su propia y evidente irrealidad, obra como catalizador de la prefiguración o generación de un deber ser de la realidad, que introyectado por el espectador, en suerte de negativo afectivo estético, instituye una visión de la realidad aludida por el grotesco, y así lo construye.

Al decir de Richard Sennet: «…el desviado confirma las normas de los demás revelando … lo que debe ser rechazado» (2011:238) «Una obra no ´simbolizaba la realidad; creaba la realidad a través de sus convenciones» (idem:105)

El modelo del espectáculo y sus efectos psicosociales, se reconoce en el «teatro de revistas» característico de Buenos Aires, en las décadas del 30 al 70 del siglo pasado, que encontraba su antecedente más o menos remoto en el sainete, el grotesco, la comedia satírica griega.

Tomando el efecto benéfico del teatro, identificado en la tragedia por Nietzsche, por Hegel, por Freud, el mismo también ha sido atribuido a la comedia por este autor, como remedio estético contra el absurdo espantoso de la existencia (1973:78, citado por Palop Jonqueros en www.fgbueno.es/bas)

La comedia del «showmatch tinelliano», produce la descarga que alivia la «nausea del absurdo vital», la angustia de una vida cuyo sentido se agota en la obtención de bienes o servicios inagotables y por ello inaccesibles, en la lucha por sobrevivir en una civilización posmoderna gobernada por fuerzas caóticas y misteriosas y una ausencia de futuro inmediato para las mayorías globales.

La ausencia de las religiones o de las ideologías que rescatan a la humanidad como un ser íntegro en busca de un propósito, sea la salvación de su alma o la libertad o igualdad y dignidad de todos los hombres, entroniza a la búsqueda de la superación de las metas individuales a través del esfuerzo y del reconocimiento del colectivo (el jurado, el público vía voto remoto) por acciones heroicas concretas (el «sueño» o premio traducido en una causa filantrópica elegida por cada competidor).

Con ese propósito, el «enfrentamiento» deportivo- artístico de los rivales que compiten conlleva la construcción de una representación social, que podría compararse a un valor ético, que rescata al Arquetipo Heroico del inconsciente colectivo Jungiano y moviliza adhesiones profundas de ser social.

La burla a los poderosos fue un efectivo liberador de vapor de la caldera social, ya en tiempos previos a la Revolución Francesa, y los últimos avances en psicología social, revelan la posibilidad de inducir a grandes grupos sociales, a la toma de decisiones, formando tendencias que se contagian, al decir de Tarde, volcánicamente.

Y la paradoja, ese gran recurso explicativo de las ciencias duras más avanzadas, como la física cuántica o la teoría del caos, aparece en la psicología social. No hay un gran manipulador o titiritero, sino que la lógica del vendedor busca la incipiente tendencia del público, la escoge y desarrolla y la reproduce de ese modo viralmente, produciendo una retroalimentación geométrica que lo obliga a seguirla.

Las clases sociales, los grupos, las familias, todas las formas de agrupación del colectivo, que coexisten como conjuntos interseccionados, integran sus carencias, sus fantasías, sus ilusiones, complejos y percepciones con particulares elementos del show y determinan su accionar futuro y real, en función de esa concepción imaginaria de la sociedad que cada cual compone en un momento determinado.

Asumido este principio podemos extraer dos consecuencias: a) no existe un solo colectivo o una sola sociedad, sino múltiples partes de ella que interactúan a menudo de modo caótico e incontrolable, o con cierta complejidad que la hace imprevisible, b) a pesar de ello, todas las expresiones de la cultura popular, aún la televisiva, contribuyen a una construcción imaginaria de la sociedad que determina la conducta futura de sus diferentes conjuntos.

Por ello, a pesar del análisis racionalista de algunos analistas políticos (vide: García, Marcelo «The Tinelli myth» Buenos Aires Herald, may 3 2014, p.4) el «juicio racional» tiene un margen muy estrecho para determinar la construcción de la realidad social.

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